http://www.nofunciona.es/. Siempre decimos que las guerra son tristes, inútiles, y no sirven más que para causar dolor, pero lo cierto es que a veces su resultado es tan sumamente determinante que puede marcar la historia de un país para siempre, o al menos para muchos años.
Todos ponemos los ojos en Finlandia como ejemplo de democracia, desarrollo y respeto a las libertades, pero lo que pocos saben es que la viabilidad de este país sólo fue posible a causa de su formidable resistencia militar en 1939 contra un ejército decenas de veces superior.
Los finlandeses saben pensar, saben trabajar, creen en los derechos de las minorías y en los derechos de los trabajadores, pero son lo que son porque ante todo saben luchar. Eso dicen ellos. Por eso en Finlandia se da la paradoja de ser uno de los países occidentales más pacíficos y también donde mejor vistas están sus fuerzas armadas y dónde menos repercusión ha tenido el movimiento pacifista, sobre todo si lo comparamos con sus vecinos nórdicos.
Os pongo un poco en antecedentes de lo que sucedió, y entre todos quizás comprendamos este extraño carácter finlandés.
La Guerra de Invierno estalló cuando la Unión Soviética atacó Finlandia el 30 de noviembre de 1939, tres meses después del inicio de la Segunda Guerra Mundial. Esto no supuso que nadie declarase la guerra a Rusia, como había pasado en el caso alemán con Polonia, sino que abandonaron a su suerte a esta pobre y despoblada república báltica.
Stalin había previsto conquistar el país entero en pocas semanas, pero el ejército finlandés, dirigido por Mannerheim aguantó hasta marzo de 1940, cuando las enormes pérdidas rusas y las humillaciones sufridas ante un ejército tan pequeño, obligaron a los rusos a aceptar la paz.
Los finlandeses perdieron 25.000 hombres en aquella guerra y los rusos 270.000
Los finlandeses perdieron el 10 % de su territorio y una quinta parte de sus fábricas, pero conservaron la independencia, lo que les permitió emprender el camino para ser el país que hoy conocemos. Las otras tres repúblicas báticas, Estonia, Letonia y Lituania no tuvieron tanta suerte y todos sabemos por lo que tuvieron que pasar.
Moraleja, al menos para mí: la paz es el camino, pero no a cualquier precio. Y me refiero a cualquier paz.
Todos ponemos los ojos en Finlandia como ejemplo de democracia, desarrollo y respeto a las libertades, pero lo que pocos saben es que la viabilidad de este país sólo fue posible a causa de su formidable resistencia militar en 1939 contra un ejército decenas de veces superior.
Los finlandeses saben pensar, saben trabajar, creen en los derechos de las minorías y en los derechos de los trabajadores, pero son lo que son porque ante todo saben luchar. Eso dicen ellos. Por eso en Finlandia se da la paradoja de ser uno de los países occidentales más pacíficos y también donde mejor vistas están sus fuerzas armadas y dónde menos repercusión ha tenido el movimiento pacifista, sobre todo si lo comparamos con sus vecinos nórdicos.
Os pongo un poco en antecedentes de lo que sucedió, y entre todos quizás comprendamos este extraño carácter finlandés.
La Guerra de Invierno estalló cuando la Unión Soviética atacó Finlandia el 30 de noviembre de 1939, tres meses después del inicio de la Segunda Guerra Mundial. Esto no supuso que nadie declarase la guerra a Rusia, como había pasado en el caso alemán con Polonia, sino que abandonaron a su suerte a esta pobre y despoblada república báltica.
Stalin había previsto conquistar el país entero en pocas semanas, pero el ejército finlandés, dirigido por Mannerheim aguantó hasta marzo de 1940, cuando las enormes pérdidas rusas y las humillaciones sufridas ante un ejército tan pequeño, obligaron a los rusos a aceptar la paz.
Los finlandeses perdieron 25.000 hombres en aquella guerra y los rusos 270.000
Los finlandeses perdieron el 10 % de su territorio y una quinta parte de sus fábricas, pero conservaron la independencia, lo que les permitió emprender el camino para ser el país que hoy conocemos. Las otras tres repúblicas báticas, Estonia, Letonia y Lituania no tuvieron tanta suerte y todos sabemos por lo que tuvieron que pasar.
Moraleja, al menos para mí: la paz es el camino, pero no a cualquier precio. Y me refiero a cualquier paz.
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