dimarts, 19 de juliol del 2011

El olvido entierra el cementerio moro



Es el único del norte de España, pero pocos lo conocen. Apartado de la carretera general que lleva a Luarca desde La Espina, ninguna señal viaria informa de su existencia y localización, por lo que pasa despercibido incluso entre los visitantes y curiosos que se acercan a la localidad valdesana de Barcia buscando el cementerio musulmán.


Los que hoy se acercan al arco de herradura de su entrada principal (antaño de color azul), se encuentran con la imagen de hace años: la de un enclave devastado por el paso del tiempo y ocupado por la maleza. La parroquia rural de Barcia-Leiján, propietaria de los terrenos en los que fueron enterrados soldados regulares movilizados por Franco para combatir en la Guerra Civil -«los moros», en el lenguaje que se empleaba en la época-, no dispone de fondos para recuperarlo. Con sus recursos, apenas pueden asumir limpiezas y desbroces periódicos.

No obstante, los vecinos no niegan que les gustaría adecuar el lugar para convertirlo «en una referencia de la Guerra Civil que pudiera ser visitada», indica el presidente de la entidad, Ricardo García Parrondo, que descarta su recuperación como lugar de enterramientos.

Pero para ello precisan colaboración y la única institución que parece dispuesta a ofrecerla es el Gobierno de Melilla. De hecho, a principios de año, a través de medios de comunicación locales, el presidente de la Ciudad Autónoma, Juan José Imbroda, mostró su disposición a sumar esfuerzos con Barcia para «dignificar» el camposanto, aunque no concretó ninguna cifra.

Ante estas palabras, García Parrondo mantiene un optimismo moderado. Si bien las palabras de Imbroda representan un avance para la recuperación del llamado cementerio moro de Barcia, teme que todo quede en un mero «anuncio preelectoral», ya que «no se han puesto en contacto con nosotros para nada».

Centenario en Melilla

Con quien sí ha mantenido contactos en los últimos meses ha sido con el Cuerpo de las Fuerzas Regulares, un destacamento que este año celebra su primer centenario. Ante esta onomástica, representantes de la institución militar han solicitado a la parroquia rural información sobre el cementerio, a fin de que su historia pueda estar presente en los actos conmemorativos que ya se desarrollan en la ciudad de Melilla.

Estos actos ayudarán a divulgar la historia de un enclave del que poco se sabe. Construído en el año 1936, se calcula que, al menos, hay medio centenar de combatientes de las fuerzas franquistas enterrados por el rito musulmán (de costado y mirando a La Meca), aunque algunas voces apuntan que podrían ser entre 200 y 300 los cuerpos que recibieron sepultura en Barcia.

Entre los muros del recinto, que se conservan casi intactos y bordean los más de 3.000 metros cuadrados de superficie del camposanto, persisten también las ruinas de una mezquita inconclusa que fue abandonada tras la batalla de El Escamplero, en la ofensiva de Oviedo. 75 años después, estas ruinas comparten espacio con una vegetación que avanza a la espera de que las instituciones implicadas formalicen un compromiso para su recuperación.
 
Fuente: elcomercio

dilluns, 18 de juliol del 2011

A la caza del demócrata


"Si lo hubiera (un solo militar dispuesto a sublevarse en favor de la monarquía y en contra de la República), sería un loco, lo digo con toda claridad, aunque considero que también sería loco el militar que al frente de su destino no estuviera dispuesto a sublevarse en favor de España y en contra de la anarquía". Con esta amenaza incendiaba el parlamentario José Calvo Sotelo el debate del martes 16 de junio de 1936 en el Congreso de los Diputados.
El ruido de sables era algo más que un rumor en los pasillos de la Carrera de San Jerónimo cuatro meses después de que las izquierdas agrupadas en el Frente Popular obtuvieran 279 de los 448 escaños. Lo que desconocían sus señorías es que la violencia se apoderaría del Parlamento de tal manera que en los siguientes meses iban a morir medio centenar de aquellos representantes electos. Los golpistas persiguieron a socialistas, republicanos y comunistas a muerte hasta bien acabada la guerra. El diputado socialista Carlos Rubiera Rodríguez fue fusilado en las tristes tapias del Cementerio del Este el 7 de noviembre de 1942, tras su detención en Alicante en 1939.
"Se tendrá en cuenta que la acción ha de ser en extremo violenta para reducir lo antes posible al enemigo, que es fuerte y bien organizado. Desde luego serán encarcelados todos los directivos de los partidos políticos, sociedades o sindicatos no afectos al Movimiento, aplicándose castigos ejemplares a dichos individuos para estrangular los movimientos de rebeldía o huelgas", ordenó por escrito el general Emilio Mola en la primera de sus cinco "instrucciones reservadas" que firmaba como "El Director" y que envió el 25 de mayo a los militares rebeldes.
"Los representantes políticos cualificados eran los escogidos para las primeras tandas de la represión. Tenían claro quién tenía que ir primero y quién segundo", explica el historiador Francisco Espinosa, autor de Violencia roja y azul. España 1936-1950 (Editorial Crítica). "Fueron a por los diputados pero también a por alcaldes y concejales. De hecho, también eliminaron a muchos apoderados electorales porque tenían sus nombres desde febrero de 1936", explica.
Desde que el resultado electoral devolvió a la derecha a la oposición quedó claro que muchos en el Parlamento apostarían por "cambiar las urnas por las armas", como describe el historiador Julián Casanova en el volumen 8 de República y Guerra Civil (Editorial Crítica). En el capítulo Las raíces del enfrentamiento detalla las reuniones que los militares afines al exministro de la Guerra José María Gil Robles celebraban en casas de amigos del diputado de la CEDA.
"Serán encarcelados todos los directivos de partidos", escribió el general Mola". El 4 de julio el acaudalado Juan March aceptó aportar dinero para conseguir el avión que trasladaría a Franco desde Canarias a Marruecos. El avión, un De Havilland Dragon Rapide, fue alquilado dos días después en Inglaterra, con las 2.000 libras esterlinas que proporcionó March, por Luis Bolín, el corresponsal del periódico ABC en ese país", relata. Militares, diputados, banqueros y empresarios unidos contra la democracia y dispuestos a eliminar a sus rivales políticos en tapias de cementerios, cunetas y hasta el mar.
"Hay una planificación de sacar la guadaña con todos los dirigentes de carácter sindical y político que pudieran resultar referenciables para las clases medias", explica la historiadora Mirta Núñez, coordinadora de La gran represión (Editorial Flor del Viento). Núñez enlaza el fusilamiento de los diputados de izquierdas como una consecuencia de "la estrategia de difamación y propaganda catastrofista que llevó a cabo la derecha durante esa legislatura para justificar el golpe" a la legalidad democrática, detalla.
Una democracia representada en una generación de parlamentarios que causó baja en el Congreso de los Diputados el jueves 2 de febrero de 1939, ante la inminente invasión de Catalunya por parte de las tropas de los golpistas al mando de Francisco Franco que aquel mismo día firmó una orden para declarar la fe católica como única legal en España. Las incompletas fichas de los diputados en el Congreso reflejan esa fecha, el 2 de febrero, como su último día en la Cámara.
"Iban a cambiar las urnas por las armas", destaca Casanova. Sin embargo, el primer diputado electo en los comicios de 1936 en causar baja fue uno de los partidarios de reventar el Parlamento. José Calvo Sotelo murió tiroteado cinco días antes del 18 de julio en Madrid. Un mes antes, en el citado debate parlamentario, espetaba a los que le acusaban de golpista: "Para mí, el Ejército, no es en momentos culminantes para la vida de la patria un mero brazo, es la columna vertebral".
El 13 de julio de 1936, policías compañeros del teniente José del Castillo, asesinado por derechistas 24 horas antes, respondían a la muerte del guardia de Asalto con las armas. Calvo Sotelo fue disparado y llevado al depósito del Cementerio del Este. En su funeral, sus partidarios le despidieron con el saludo fascista. El golpe era inminente. Con la sublevación en marcha se produjo el asesinato de cerca de una veintena de diputados derechistas a manos de milicianos. "La República rechazó esos asesinatos y se puede comprobar cómo llamó a los milicianos a no tomarse la venganza por su mano. De hecho, controló los fusilamientos a finales de 1936", define Núñez.
La eliminación de los representantes del Frente Popular fue llevada a cabo con celeridad en todos los lugares por donde avanzaban los rebeldes. El diputado de Izquierda Republicana electo en Tenerife Luis Rodríguez Figueroa tomó un barco el 16 de julio desde Canarias a Cádiz. El 18 de julio llegó a la Península y se topó con el golpe de Estado. Acudió al Gobierno Civil a informarse y fue detenido por las tropas de la Legión, que lo embarcaron de vuelta a Tenerife. El 14 de octubre fue "puesto en libertad". Nunca volvió a casa. Como otros izquierdistas canarios fue hecho desaparecer en el mar.
Rodríguez Figueroa es uno de los 14 diputados del partido de Manuel Azaña elegidos en 1936 que fueron fusilados. Izquierda Republicana (IR) obtuvo en las elecciones 86 diputados, tres menos que el PSOE. Pese a su presencia mayoritaria, el recuerdo de sus diputados es escaso. No tienen quién les reivindique. "La gente no sabe que en las elecciones de 1977 se pudo presentar el PCE, pero no se legalizaron los partidos republicanos. Nadie desde la Historia se ha encargado de ellos", lamenta el presidente de la Fundación Manuel Azaña, Isabelo Herreros.
El PCE, que creció durante la guerra hasta convertirse en la única organización capaz de dirigir al Ejército, apenas consiguió un apoyo en las elecciones del 1936 de 16 diputados. Sin embargo, Calvo Sotelo, al frente de la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA) que obtuvo 87 escaños en una campaña bajo el lema "Contra la revolución y sus cómplices", se esforzó en acusar al Gobierno del republicano Santiago Casares Quiroga de dejar España en manos de la Rusia comunista. "Aquí hay diputados marxistas partidarios de la dictadura del proletariado y apóstoles del comunismo libertario", alarmaba en el Congreso.
A falta de una historiografía que reivindique el exterminio de los políticos de centro izquierda republicanos, Isabelo Herreros ha elaborado el único listado de líderes de IR represaliados. Entre ellos, destacan nueve gobernadores civiles de IR de los 11 que fueron asesinados. La saña de los franquistas se mostró salvaje en el caso del profesor Francisco Pérez Carballo, gobernador de A Coruña que se resistió en la sede del Gobierno Civil con un puñado de guardias de Asalto. A los cuatro días fue fusilado a los 27 años.
Su mujer, la bibliotecaria de la Universidad Central de Madrid y discípula entre otros de José Ortega y Gasset, Juana Capdevielle, embarazada, perdió su hijo al conocer la noticia, y fue detenida. Tras ser liberada y buscar refugio en casas de otros diputados republicanos como Victoriano Veiga o José García Ramos fue detenida de nuevo y asesinada en las proximidades de Rábade (Lugo) el martes 18 de agosto. El mismo día que en un lugar desconocido de Granada era asesinado Federico García Lorca por las mismas armas antidemócratas.
Los sublevados no pararon en su afán exterminador al término de la Guerra Civil. Su voluntad genocida les llevó a pedir la colaboración de la Gestapo en el sur de Francia. En el exilio fueron detenidos tres diputados electos en el Parlamento atacado por el golpe de Estado: Lluís Companys (ERC), Julián Zugazagoitia (PSOE) y Manuel Muñoz Martínez (IR). Los tres fueron víctimas de lo que los historiadores llaman represión legalizada. Es decir, la que aplicaron los franquistas en la posguerra al acusar a sus enemigos de rebeldes. Companys fue fusilado en el castillo de Montjuïc el 15 de octubre de 1940. Zugazagoitia fue acusado de rebelión y fusilado en Madrid el 9 de noviembre de 1940. Muñoz fue fusilado en Madrid tras un consejo de guerra el 1 de diciembre de 1942.

Diego Barcala(Publico.es)

dilluns, 4 de juliol del 2011

Francisco de Sarmiento, el Alatriste burgalés


Supo que morirían todos cuando desde el torreón más alto de la fortaleza vio que la costa se iba llenando de barcos turcos, una flota inmensa que apenas permitía ver la línea del horizonte. Hacía mucho calor y las gaviotas rasgaban el aire alocadas, febriles. Puede que en ese instante Francisco de Sarmiento recordara su hogar, tan lejano y tan distinto de aquel rincón del mundo adonde le había llevado el destino. Los juegos de infancia en las laderas rematadas por otro castillo, el de Burgos, tan diferente de aquel que estaba a punto de defender con su vida; su hogar levantado al abrigo de la iglesia de San Esteban; la estirpe familiar de guerreros nobles que descendía del infante Juan Manuel, hijo del castellano rey Fernando III El Santo; su espíritu militar forjado en las guerras castellanas antes de integrar el glorioso ejército imperial...


Allí abajo había 20.000 otomanos a bordo de galeras y galeotes; por tierra, le habían informado sus hombres que se acercaban hasta 30.000 enemigos cargados de artillería. Ellos eran apenas 4.000. Estaban ya escasos de alimentos y tenían la certeza de que nadie iría a socorrerlos. Pero eran un tercio español, unidad militar que llevaba décadas exhibiendo su poderío en todo el mundo, un ejército de profesionales cuyo valor había traspasado fronteras para construir el mayor imperio que vieron los siglos. Un tercio español no se había rendido nunca en el campo de batalla. Y el Tercio Viejo de Nápoles que comandaba aquel burgalés adusto y bravo no iba ser el primero. Sarmiento se acarició el ala del sombrero, la mano sobre la espada. Con gesto solemne, tras meditar en silencio, ordenó a sus capitanes que lo dispusieran todo.

Era el mes de julio de 1539. El sol ya nunca se ponía en el Imperio Español. El emperador Carlos V gobernaba el mundo con mano de hierro, rodeado de enemigos. Uno de los principales era Solimán El Magnífico, sultán del Imperio Otomano que disputaba la hegemonía española en el Mediterráneo más oriental. Sólo un año antes, los españoles había reconquistado un enclave estratégico en Dalmacia, en la actual Montenegro: Castelnuovo. Pero Solimán El Magnífico estaba decidido a recobrarlo sabedor de que el monarca español tenía demasiado frentes abiertos, y que aquel era uno de sus puntos más débiles. Para ello contrató a Barbarroja, corsario que había exhibido una pericia sin igual en las viejas aguas del Mare Nostrum.

Pero Francisco de Sarmiento no era un militar cualquiera. Forjado en las guerras comuneras de su Castilla natal, en 1531 se convirtió en capitán del primer tercio que combatió en Italia. Su valor fue tenido muy en cuenta, porque poco después fue ascendido. En ese momento era maestre de campo o comandante del Tercio Viejo de Nápoles, encargado de controlar Nápoles, así como las provincias de Benevento o Caserta; islas como Capri; guarniciones como Castel de Oro o Rocasecca; y plazas como la de Castelnuovo, que, aunque en Dalmacia, estaba frente a Nápoles. Sabedores de que Solimán quería reconquistar esta última, el grueso del tercio se acantonó en el castillo.

La diferencia de fuerzas era enorme, abismal. Pero no importó. Los españoles demostraron desde el principio su fama de irreductibles. Durante días, los turcos habían estado cavando trincheras para ubicar bien la artillería; los españoles les sorprendieron varias veces con escaramuzas que entorpecieron ese labor y causaron bajas: como fantasmas silenciosos, varias noches cientos de españoles salieron del castillo y mataron a muchos otomanos. La primera ofensiva se saldó con miles de bajas turcas. La segunda, más de lo mismo. Barbarroja comenzó a irritarse y dispuso que el castillo fuera salvajemente asediado. En aquellas primeras jornadas se produjeron 6.000 bajas otomanas por sólo cien españolas.

«vengan cuando quieran». Ambos ejércitos sabían que no había posibilidad alguna de victoria española. Por eso, el 23 de julio, un día antes de la gran ofensiva otomana, Barbarroja hizo a los sitiados una oferta generosa: los dejaría marchar a Italia sin atacarlos si deponían las armas. No resulta complicado imaginar a Francisco de Sarmiento meditar aquella propuesta. Tal vez se mesara la barba, el ademán reflexivo; puede que se asomara a la más alta almena y sintiera vértigo al ver alrededor del castillo a 50.000 hombres; puede que echara un vistazo a los suyos: hambrientos, cansados y mal vestidos pero con la mirada fiera, digna, valerosa. Se sabe que el comandante burgalés habló con sus capitanes; y que la respuesta fue escueta pero clara: «Vengan cuando quieran».

Barbarroja montó el cólera y atacó con todo durante días. Los españoles se fajaron como titanes. Tanto que muchos otomanos, incluido su jefe, tuvieron que recular y regresar a los barcos. Pero el número de hombres acabó imponiéndose pese a que el 5 de agosto el saldo era poco menos que increíble: 20.000 turcos muertos por 3.000 españoles. Ya con la barbacana derruida Barbarroja ordenó el asalto definitivo y con una orden expresa: quería la cabeza de Francisco de Sarmiento. Los españoles, con el burgalés al frente, se batieron cuerpo a cuerpo a pica, espada y cuchillo. No se rindieron y lograron expulsar a los atacantes. El castillo de Castelnuovo no cayó hasta el día 7. Murieron todos los españoles, Sarmiento incluido, y sólo fueron hechos prisioneros doscientos hombres, todos heridos. Barbarroja ordenó degollar a la mitad; el resto fueron enviados a cárceles de Constantinopla.

Posiblemente no fueran los hombres más honestos ni los más piadosos, pero a fe que fueron unos hombre valientes. Este remedo del arranque de la novela de Arturo Pérez-Reverte sobre su literario espadachín español Diego Alatriste y Tenorio podría extrapolarse perfectamente a la figura real del soldado burgalés Francisco de Sarmiento y a sus hombres. La gesta de Castelnuovo se conoció en todo el mundo, lo que contribuyó a incrementar la leyenda de los tercios españoles, que aún se extendería durante siglos por otras latitudes. La heroicidad del Tercio Viejo de Nápoles, conocido también como Tercio de Sarmiento en honor de su comandante burgalés, ha sido comparada en la historia con la de los 300 espartanos de la Batalla de las Termópilas.

Cuentan algunas crónicas que años después, en 1545, entró en el puerto de Messina un barco tripulado por presos fugados de los penales de Constantinopla entre los que se encontraban supervivientes del Tercio de Sarmiento. La gesta de los españoles fue cantada por poetas de la época. Para la eternidad estos versos de Gutierre de Cetina, soneto inmortal titulado A los huesos de los españoles muertos en Castelnuovo: «Héroes gloriosos, pues el cielo/os dio más partes que os negó la tierra/ bien es que los trofeos de tanta guerra/ se muestren vuestros huesos por el suelo./Si justo desear, si honesto celo/ en valeroso corazón se encierra,/ ya me paresce ver, o que se atierra/ por vos la Hesperia vuestra, o se alza a vuelo:/ No por vengarnos, no, que no dejasteis/ a los vivos gozar de tanta gloria/ que envuelta en vuestra sangre la llevasteis,/ sino para aprobar que la memoria/ de la dichosa muerte que alcanzasteis/ se debe envidiar más que la victoria». Amén.
 
Fuente: Pérez Barredo (Diario de Burgos).