Íñigo Domínguez
Es una historia que quería contar desde hace mucho, la historia de Settimio Calò. El 16 de octubre de 1943, sábado, fue un día terrible en Roma y ahora aparece en los libros de historia. Settimio, naturalmente, no podía saberlo, lo único que sabía ese día cuando abrió el ojo de madrugada es que no podía más de las ganas de fumar. En plena guerra el tabaco escaseaba, pero le habían dicho que ese día llegaba una partida a un estanco de la plaza de Monte Savello, al lado del río. Se levantó, dejó a su mujer y sus diez hijos durmiendo y se fue para allá antes del amanecer. Al poco de irse, irrumpieron en el ‘ghetto’ unos cien soldados nazis, entraron casa por casa y se llevaron a 1.022 vecinos, entre ellos unos 200 niños. Settimio volvió corriendo a su casa, el número 49 del Portico d’Ottavia (en la foto), y ya no había nadie. Se los habían llevado. Ponemos sus nombres:Su mujer, Clelia Frascati.Bellina, 22 años.Ester, 20 años.Rosa, 18 años.Ines, 16 años.David, 13 años.Elena, 11 años. Angelo, 8 años.Nella, 6 años.Raimondo, 4 años.Samuele, 6 meses.
Además esa noche se había quedado a dormir en casa su sobrino, Settimio, de 12 años, hijo de su hermana. Todos terminaron en Auschwitz y fueron asesinados. De los 1.022 judíos romanos capturados ese día en el barrio sólo volvieron 17. En total, en Roma, fueron detenidos 2.091. Fueron reunidos en un colegio militar de Via della Lungara. El día 19 fueron amontonados en 18 vagones de ganado en la estación Tiburtina. El viaje a Auschwitz duró cuatro días días. La mujer, los hijos y el sobrino de Settimio fueron asesinados nada más llegar.
Un periodista italiano, Silvio Bertoldi, entrevistó a Settimo Calò en su libro ‘Los alemanes en Italia’, de 1964. Le contó cómo, desesperado, fue al cuartel de Via della Lungara y se quería entregar, pero un soldado italiano le apartó y le dijo que huyera, que si no lo cogerían también a él. También le contó otra escena pavorosa. Su hermana Liliana fue a la estación Tiburtina la mañana del día 19, con el riesgo de ser detenida, y llegó a ver en uno de los vagones a su propio hijo, el que había dormido en casa de Settimio. El pequeño le dijo con sangre fría, como un adulto: «A signo’, e vada a casa, no? Vada a casa, che ci ha l’altri bambini da cresce» (Eh, señora, váyase a casa, que hay otros niños que tiene que sacar adelante). «Era su madre, ¿lo entiende? Y él le dijo así, y ella ahora lo recuerda siempre, desde aquella ventanilla del tren, con aquellas palabras, con aquellas palabras... Y yo ni siquiera ésas», le relató Settimio.
En total, en Italia, fueron deportados más de 8.000 judíos, según la placa que se lee en una esquina del ghetto de Roma. Settimio y algunos otros tuvieron la suerte de escapar, pero la maldición de sobrevivir. Ayer pusieron otra placa dedicada a la memoria de Settimio Calò y su terrible desgracia en Via della Lungara. Aunque esta es de las peores, hay otras muchas historias tremendas de aquel 16 de octubre de 1943 y espero poder contar aquí más.
Este es un tema incómodo en Italia, como se podrán imaginar. Hay pocas películas. Una de las mejores es ‘Il giardino dei Finzi Contini’ (1970), la última de las obras maestras del maestro Vittorio de Sica. Es especialmente refinada porque retrata el progresivo aislamiento social de los judíos de Ferrara. No salen nazis de uniforme, sólo italianos, vecinos y conocidos que un día empiezan a cambiarse de acera. La sutil degeneración de la normalidad.
Esta gran película fue Oso de Oro en el festival de Berlín y Oscar a la mejor película extranjera en 1972.
Los judíos ya pululaban por Roma en el imperio mucho antes de que fuera cristiana, aunque luego ya se pusieron las cosas en su sitio. El 'ghetto', un encierro creado en 1555 por el papa Pablo IV, es uno de los más antiguos del mundo, tras el de Venecia. Este barrio es un rincón especial de la ciudad del que tendremos que hablar otro día.
Los nazis pudieron detener y deportar rápidamente a los judíos italianos porque Mussolini ya había hecho el trabajo previo de tenerlos a todos bien fichados. Sólo tuvieron que coger las listas y arrancar el camión con un callejero de cada ciudad. Lo digo porque todavía corre la leyenda de que Mussolini no fue tan malo y sólo era antisemita de boquilla. Ahí tienen un ejemplar de ‘La Stampa’ del 31 de julio de 1938, domingo, en el que asegura con firmeza que sobre la cuestión de la raza «noi tireremo diritto», tiraremos derecho, todo recto, en fin, iremos a saco, no nos temblará la mano. Lo dijo pilotando Su trimotor, nada menos. Es lo bueno del papel, que ahí se quedan escritas las cosas para un montón de años. Por cierto, ¿podremos ver las tonterías de los diarios digitales dentro de unas décadas? ¿quedará constancia? Es una pena, no quedarán pruebas de cómo empezó la deblacle del periodismo a principios del milenio. También eso saldrá gratis, como los contenidos. Para los estudiosos del futuro serán un misterio como el de las pirámides. Ya me los imagino revisando archivos digitales y preguntándose: «¿Pero quién será esta tal Belén Esteban que ocupaba los titulares mientras nadie explicaba nada de lo que pasaba en el resto del planeta?».
Volviendo al tema que nos ocupa, hay que recordar estas cosas y la fecha del 16 de octubre de 1943. Si no, pasa como en Italia, que todavía venden pósters de Mussolini por la calle junto a los de Bob Marley. O como el otro día, que un profesor de la universidad de Teramo, un tal Claudio Moffa, dijo en un máster que no hay pruebas de que Hitler quisiera exterminar a los judíos.
O como el otro día, que un compositor y docente de armonía del Conservatorio de Milán, simpatizante de la Liga Norte, un tal Joanne Maria Pini, defendió la posibilidad de sacar a los niños discapacitados de las escuelas en estos términos: «Habría que volver a la Roca Tarpeya, estamos decayendo genéticamente». Y dejemos a un lado que mezclaba la roca romana donde se arrojaban traidores con la costumbre espartana de matar a los recién nacidos débiles.
O como el otro día, que un senador de Berlusconi de pasado -y presente- fascista, Giuseppe Ciarrapico reprochaba a Fini que haya evolucionado de la extrema derecha a algo más civilizado y después haya roto con Berlusconi: «¿Ha encargado ya la kipá?». Por cierto, que este personaje tiene al menos tres condenas firmes -una de ellas por explotación de menores- y ahí está sentado en el Parlamento, como muchos otros políticos con antecedentes penales. Pero cómo le va a explicar Berlusconi que eso no está bien, se haría un lío.
O como ayer, cuando fue trasladado a prisión Alessio Burtone, el tipo de 20 años que mató a una enfermera rumana de un puñetazo por una banal discusión en el metro de Roma.Sus colegas ya han colgado pancartas pidiendo su libertad y ayer fueron unos cuarenta amigotes a jalearle. Insultaron a los Carabinieri y a los periodistas. Pero lo mejor fueron las reflexiones de profundidad: dijeron que el alcalde de Roma parece el alcalde de Bucarest, que sólo defiende a los rumanos, y le desearon que le roben la casa unos rumanos. «Todos en su lugar habríamos hecho lo mismo que Alessio», aseguran. No hay duda, y eso es lo malo.
O como el otro día que Berlusconi contó un chiste sobre Hitler y luego otro de judíos en campos de concentración... Pero me parece que esto ya lo hemos dicho. Era otro capítulo, perdonen, no tiene nada que ver con este.
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