FRANCISCO PRENDES QUIRÓS. Después de dos años de reinado y dura prueba, cumpliéndose un quinquenio de la Revolución de 1868, a las tres de la tarde del martes 11 de febrero de 1873, constituido el Congreso en sesión permanente, ocupadas las inmediaciones del palacio de la representación nacional por una compacta muchedumbre que daba vivas a la República, un secretario de la Cámara dio lectura a una comunicación que del Palacio Real había recibido el Gobierno, en la que el rey (Amadeo I), después de agradecer a la nación la honra recibida al ser elegido para ocupar el trono y de poner de relieve los sacrificios inútiles realizados para dar al pueblo la paz que necesitaba, la libertad que merecía y la grandeza que a su historia correspondía, reconoce el fracaso colectivo:
«Todos los que con la espada, con la pluma y con la palabra agravan los males de la Nación son españoles; todos invocan el dulce nombre de la patria, todos pelean y se agitan por su bien; y entre el fragor del combate, y entre el confuso, atronador y contradictorio clamor de los partidos; entre tantas y tan opuestas manifestaciones de la opinión pública, es imposible atinar, y más imposible todavía hallar el remedio para tamaños males. Lo he buscado ávidamente dentro de la ley y no lo he hallado. Fuera de la ley no ha de buscarlo quien ha prometido observarla».
Sólo le faltó añadir al educado rey romano: «perdida la paciencia, regreso a casa».
Aquel martes 11 de febrero, Congreso y Senado, reunidos en Asamblea, asumieron la soberanía nacional en toda su integridad. Los diputados Salaverría y Ulloa, en nombre del partido conservador, prometieron su apoyo a todo gobierno que sostuviera el orden y la integridad del país, y respetara... «¡a los tenedores de la Deuda pública!»...
«La monarquía ha muerto por descomposición interior sin que nadie haya contribuido a ello más que la providencia de Dios... Nadie trae a la República; la traen todas las circunstancias, la trae una conjuración de la sociedad, de la naturaleza y de la historia. Señores, saludémosla como el sol que se levanta por su propia fuerza en el cielo de nuestra patria», dijo Castelar. Seguidamente, por doscientos ochenta y cinco votos fue proclamada la República, contra treinta y dos de los conservadores y alfonsinos.
Los Serrano, Prim y Topete, motores de la «Gloriosa» revolución de 1868, hicieron cuanto en sus manos estuvo para evitar aquel momento. Contra lo que proclamaba Castelar, la República no llegaba al levantarse el sol en el cielo de la patria, sino que llegó al caer la tarde... Nació con la noche.
Cincuenta y ocho años después, menos dos meses y un día, el domingo 12 de abril de 1931, perdida la confianza y agotada la paciencia de su pueblo, el rey Alfonso XIII, nieto de la depuesta Isabel II, afrontaba con el Gobierno Aznar unas trascendentales elecciones municipales.
Harta la ciudadanía de guerras marruecas, condecoraciones y despilfarros; harta de mal gobierno; harta del preberlusconismo escandaloso del general Primo; perdida la secular resignación campesina, en las villas industriales, en las grandes ciudades y en casi todas las capitales de provincia, el pueblo votó masivamente contra el rey, agotada la fe en el sistema «restaurado» por Cánovas, contra la resignación y la infinita paciencia.
Las elecciones municipales (convocadas para evitar las generales, por más políticas) tuvieron lugar el domingo 12 de abril... Y el martes (también martes como en 1873) 14, con las primeras horas de la tarde, quedó proclamada la Segunda República...
Como la Primera, por la crisis del sistema, por la malandanza económica, por la fatiga social, «porque al pueblo, consumida la paciencia, le sobraba el rey». Y las elecciones locales se convirtieron en plebiscito.
Hace 138 años se proclamó la Primera, tal día como hoy. Dentro de dos meses, se cumplirán los 80 de la Segunda.
A estas alturas, por la crisis del sistema, por la malandanza económica, por la fatiga social, porque se va acabando la paciencia del pueblo, estamos en compás de espera ante la proclamación de la Tercera... Bueno será que no llegué por el aburrimiento «real», ni por el agotamiento de la paciencia nacional, sino por su propio pie... por el plebiscito que no se hizo cuando (1975-76) debió hacerse, aunque sólo fuera para legitimar «la instauración» del general, contestando el pueblo español a una pregunta llana y simple, parecida a ésta: «¿Desea usted que la forma de gobierno siga siendo la Monarquía, o prefiere la República como forma de gobierno de la Nación?».
El pueblo, en el ejercicio de su derecho soberano, responderá lo que mejor le parezca.
¿Se nos dará? ¿No se nos dará? ¿Habrá que acudir a la plaza de Oriente?... Pendiente.
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