dimecres, 5 de desembre del 2012

Franco, un mal partido y poco viril



Franco no era un buen partido. El padre de Carmen Polo no soportaba a ese 'comandantín' de poca talla y voz atiplada que ofrecía una imagen poco viril. Felipe Polo Flórez era un viudo joven de la alta sociedad asturiana, padre de cuatro hijos, la mayor de las cuales, Carmina, apenas tenía quince años cuando comenzó a cortejarla el que sería dictador y jefe del Estado. «Es fácil entender que él se enamorase de ella, una joven alta, esbelta, de pelo negro, que tenía algo de la belleza de las mujeres de Julio Romero De Torres», dice Carmen Enríquez, autora de Carmen Polo. Señora de El Pardo (La esfera de los libros), una biografía en la que se destaca que Polo ejerció su ascendiente sobre el Generalísimo para que fuera elegido Carlos Arias Navarro como sucesor de Carrero Blanco.
Pese a que don Felipe, de convicciones liberales, «no quería ni en pintura a Franquito», en el que debió de ver un «cazadotes», el comandante galanteó a una chica de posibles de «balcón a balcón», una adolescente que pronto abrazó la causa de su marido. Cuando se casó con Franco, Carmen desempeñó el papel de esposa tradicional, dedicada a las obras de beneficencia, una primera dama algo «ñoña», extremadamente religiosa que rezaba el rosario con cualquier pretexto y que exhibía una desmedida afición por las joyas, una pasión que indujo al pueblo a apodarla como «la Collares».
Durante la visita a España en 1947 de Eva Perón, que compitió con Carmen Polo en el lucimiento de joyas y vestidos, la argentina no se sintió nunca cómoda con la pacata esposa del jefe del Estado. Evita aplastó en belleza y 'glamour' a la española. La relación entre ambas no fue fácil. Polo se empeñaba en mostrarle el Madrid de los Austrias y los Borbones y Eva Duarte, fiel a su populismo, quería retratarse con obreros y enfermos en hospitales.
Enríquez, que ha tratado de ser ecuánime, subraya que uno de los elementos más turbios del personaje es que se rodeara de una corte de aduladores y que al final abrigara ínfulas aristocráticas. No en balde hacía llamarse «la Señora», un tratamiento reservado a las reinas. Un primer paso para ascender en la escala social lo consiguió al casar a su hija con el marqués de Villaverde, Cristóbal Martínez Bordiú, y subió un segundo escalón cuando se celebró la boda entre su nieta Carmen con Alfonso de Borbón y Dampierre. Enríquez describe a este Borbón «como un hombre profundamente triste, ambicioso, frustrado, rencoroso, insatisfecho y en desacuerdo con un destino, que, según él, le había apartado del futuro que merecía como nieto mayor de Alfonso XIII». La periodista aduce que, aunque sabía que Alfonso de Borbón carecía de cualquier posibilidad de reinar, Carmen Polo sí que deseaba que su nieta fuera princesa.
Coletazos del régimen
El paso de Carmina a doña Carmen culminó cuando el Caudillo sufre la etapa más aguda del Párkinson y la medicina le da por desahuciado.
En los últimos coletazos del régimen desplegó una desconocida vocación intrigante y se alió con los elementos más integristas del régimen. Pronto se vio que el franquismo después de Franco no estaba ni mucho menos «atado y bien atado», sino «cosido con hilvanes». Carmen Polo vio como muchos de los que le bailaban el agua marcaban distancias con ella y se alejaban del Pardo.
Según la autora, los Franco, que se quejan con amargura del trato que les concede la prensa y de las críticas que reciben,no tienen motivos para quejarse. «No hay en la historia muchas familias de dictadores que sigan en el país sin que toquen su patrimonio», arguye Enríquez.
No se olvide que la hija de Franco y marquesa de Villaverde fue detenida en 1978 en un episodio bochornoso en el aeropuerto de Barajas cuando se disponía a viajar a Ginebra con un bolso de mano lleno de alhajas y condecoraciones de su padre.
Para una mujer conservadora como ella debió de ser un mazazo ver cómo su «nietísima» abandonaba a su marido e hijos y se iba a vivir con el anticuario francés Jean-Marie Rossi. Tampoco tuvo que ser de su agrado que José Cristóbal, quien se ganó la admiración de su abuelo al seguir la carrera militar, dejara el Ejército. La milicia no era lo que pensaba.

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