dijous, 4 de novembre del 2010

La gran hambruna de Mao


Peter Duffy.. Periodista en Nueva York

Cuando los rendimientos de las cosechas en las comunas se hacían bajos, los funcionarios partidistas locales, aterrorizados ante la posibilidad de que fueran objeto de purgas, maquillaban las cifras.

Contemplar la hambruna es algo espantoso, no tanto porque podamos contemplarla. Si usted no la ha experimentado la guerra, nos informa el veterano, no tiene idea acerca de la realidad del combate. Pero cada quien puede imaginar, invirtiendo mentalmente nuestra experiencia ordinaria, La palabra “hambruna” puede inducir escalofríos a cualquiera.
Descrita por el historiador de la economía Cormac Ó Gráda como “una escasez de alimentos o de poder de compra que lleva directamente a exceso de mortalidad desde morir de hambre o de enfermedades inducidas por el hambre,” la hambruna es uno de los horrores esenciales de la experiencia humana, “el último, el más temible recurso de la naturaleza”, según las palabras famosas de Malthus. En la Biblia, es una de las armas más poderosas de Dios en su campaña contra los pecadores, En Ezequiel, Él amenaza con enviar “las malvadas flechas de la hambruna” para destruir los habitantes de Jerusalén “con todas sus abominaciones”), En Amos, Él se ufana de la capacidad de inducir “la limpieza de los dientes en todas vuestras ciudades [es decir el hambre], y deseo de comer pan en todos vuestros lugares.”

No hay exageración cuando se dice que un ser humano dentro de una memoria viviente poseyó un poder parecido al de Dios para desplegar la hambruna contra una populación de la que esperaba que estuviese formada por “sobrenaturales de primer orden.” Durante un período de cuatro años desde 1958 a 1962, Mao Zedong supervisó las muertes de cerca de la mitad de toda la gente que murió durante la totalidad de todas las hambrunas del siglo veinte. En su nuevo libro que espanta, Frank Dikötter sopesa cuidadosamente toda la experiencia registrada disponible y “conservadoramente coloca el número de muertes prematuras en un mínimo de 45 millones.”· Un mínimo tan sólo en una región (Xinyang) en una provincia (Henan) durante un año (1960), un millón entre ocho millones de personas perecieron, lo que es la proporción exacta de muertes de la otra “gran” hambruna, la que hubo en Irlanda a mediados del siglo diecinueve y que duró aproximadamente cinco años. De manera distinta que la mayoría de las hambrunas —acontecimientos complejos causados por una confluencia de factores naturales, societarios y políticos— parece que hay poco debate en cuanto a saber quien es responsable de la carnicería. Uno duda en incurrir en blasfemia, pero el Dios de Ezequiel suena mucho como Mao cuando dice, “Haré caer la espada sobre ti. Yo, el SEÑOR lo he dicho.”

La hambruna de Mao fue una consecuencia de una iniciativa fantástica, un “Gran Salto Adelante” hacia el Comunismo que, según él haría de China una potencia económica, saltando por encima de sus rivales en los bloques comunistas y no comunistas. La idea era usar la masiva población china (y abusar de ella) —su recurso más impresionante— para potenciar su producción agrícola e industrial. Se les quitó a las masas sus propiedades privadas, sus hogares y sus pueblos fueron destruidos y se les obligó a formar parte de 26.000 “comunas del pueblo” que se organizaron como unidades militares.
La frase “granja colectiva no capta suficientemente bien lo que eran las comunas. Puesto que la batalla por la supremacía manufacturera no podía dejarse a las grandes fábricas en las ciudades —eso era una competencia dentro del país con “un universo de normas, cuotas y metas.” Escribe Dikötter— las comunas estaban equipadas con “hornos de patio trasero” que ”Dejan que Todos Huelan a Acero” como decía el lema. (En 1985,se arrojaron 140.000 toneladas de herramientas agrícolas a los hornos para aumentar los niveles de producción.) Pero los comuneros también eran responsables de aumentar los rendimientos de las cosechas. No lo hacían usando solamente las más recientes medio horneadas técnicas de agricultura. Se les sacaba también de los campos por millones para trabajar en proyectos masivos de irrigación, diques y represas cuyo fin era convertir tierras áridas en campos fértiles. Durante varios años, cientos de miles de pueblerinos debilitados murieron en esquemas condenados al fracaso —el inmenso dique de las Tumbas Ming se construyó en sitio inadecuado, se secó y fue abandonado— que deterioraban el equilibrio ecológico. En Fengyang, uno de los condados más desvastados por la hambruna en 1961, las inundaciones fueron responsables de la ruina de las cosechas a pesar de que las precipitaciones lluviosas habían sido básicamente normales en ese otoño.

En su exacerbada auto-confianza, Mao había interferido tradiciones seculares de subsistencia rural en China. Tal como lo hizo Stalin en Ucrania en 1932-1933, también se valió del terror para exacerbar el sufrimiento. Cuando los rendimientos de las cosechas en las comunas se hacían bajos, los funcionarios partidistas locales, aterrorizados ante la posibilidad de que fueran objeto de purgas tal como lo fueron otro 3,6 millones durante el Gran Salto, maquillaban las cifras, Beijing utilizaba entonces esas estadísticas falseadas para determinar el volumen de cereales a expropiar de las granjas (para los hambrientos en las ciudades, para gobiernos impresionables en Cuba, Albania y otro lugares del mundo en desarrollo, para las fiestas de celebración del décimo aniversario de la Revolución China en 1959, y así sucesivamente). Cuando las comunas no podían producir los alimentos demandados por el Estado, brigadas formadas por elementos violentos (ellos mismos temerosos de ser purgados) fueron desplegadas para buscar los cereales ocultados para quienes ahora eran llamados “clases enemigas.” Dikötter estima que 6 a 8 por ciento de las víctimas de la hambruna (por lo menos 2,5 millones) fueron torturados ejecutados sumariamente por esas brigadas.

A pesar de que Mao en un principio profesó estar escandalizado por los hechos de esas brigadas exageradamente celosas, sin embargo apoyó un aumento en las requisiciones agrícolas con las mismas penas para quienes no podían hacer las entregas. A lo largo de los cuatro años, su tendencia asesina provocó poco cambio o disentimiento por parte de sus principales asesores, quienes temblaban tan violentamente como el resto de los miembros del partido. Antes de una importante reunión, Chou Enlai pasó varios días “en un aislamiento auto-impuesto, luchando por hallar el correcto giro de frase” que satisficiera el temperamento siempre cambiante del jefe.

Tontos útiles como François Miterrand —quien anunció en 1961 que el “genio” Mao le había dicho que no había hambruna, sino un “período de escasez”— respaldaron las negaciones de Mao frente al mundo textualmente. Sólo los locos dijeron la verdad. Un sobreviviente de la región de Xyniang le describió a Dikötter cómo un loco deambulaba por su pueblo repitiendo un jingle. “Hombre come hombre, perro come perro, incluso las ratas tienen tanto hambre que mordisquean las piedras.” Nadie se metía con él.

Había descendido un Apocalipsis. Las cantinas comunales, supervisadas por la burocracia de asesinos, distribuían los pocos alimentos que se permitía comer. Los chinos desesperaron tanto que comían lo que podían hurgar en la basura y por doquier, incluyendo pescado, plantas y animales tóxicos (la campiña de Mao estaba repleta de contaminantes industriales), cadáveres hinchados, e incluso sustancias indigestibles tales como un lodo blando llamado Guanyn. “Una vez ingerido, el suelo actuaba como cemento, secando el estómago y absorbiendo toda la humedad dentro del tracto intestinal,” tal como de hecho o informa lo informa Dikötter.

Dikötter es extremamente cuidadoso con sus pruebas. No duda en contar los peores horrores: el abandono de niños, la violencia sexual contra las mujeres, la andanada de asesinatos de “cobardes, debiluchos o de otro modo elementos improductivos.” Distintamente de otras hambrunas, en las que las enfermedades infecciosas son típicamente la principal causa de muerte, grandes números murieron de inanición en el infierno de Mao. (Escaso consuelo el hecho de que el régimen de participación lograra detener el despliegue del notorio asesino de la hambruna, el tifo). Dikötter estima que de uno a tres millones de personas optaron por otorgarse una pequeña medida de poder y acabar con sus vidas por sus propias manos, algo que seguramente califica como el mayor suicidio en masa en la historia.

Dikötter logra el éxito en su oscura tarea de catalogar la terrible escala del crimen —China en verdad estaba empuñada por un espíritu de gigantismo durante el Gran Salto Adelante— pero admite que “el cuadro completo… se conocerá una vez que los Archivos Centrales del Partido en Beijing les abran las puertas a los investigadores.”

En su libro sobre lo que él llamó la hambruna “secreta”, el periodista Jasper Becker visitó Xinyang, la escena de lo que un funcionario del partido llamó en ese momento “un holocausto y una masacre,” y halló que pocos querían “recordar la amarga historia de Xinyang o tratar de entender lo que allí ocurrió.” Es típico de quienes con suerte pudieron sobrevivir después de una hambruna: un poderoso sentido de vergüenza.

En Jeremías, después de que Dios envió “oscuridad a la tierra” de Jerusalén describe cómo la gente se sintió “avergonzada y confundida.” Esto explica parcialmente porque la historia sigue siendo una que rara vez se cuenta. Tal como un funcionario chino dijo de los diques del Gran Salto Adelante que colapsarían décadas después de haber sido construidos, “Aún no se ha limpiado el excremento de esa era.“

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