La
ofensiva sublevada en la Guerra Civil se abatió sobre Málaga
capital a principios
de 1937.
El 6 de febrero las tropas del general
Gonzalo Queipo de Llano
entraron
en la ciudad. La mayoría de los pueblos de la parte occidental de la
provincia ya estaba en manos de Franco, y la única salida que
quedaba para los milicianos republicanos, las mujeres, los niños y
los ancianos era un camino que hoy se recuerda como “la
carretera de la muerte”.
Entre 100.000 y 150.000 personas salieron de Málaga hacia Almería
por la ruta de la costa. Fue la llamada desbandá.
Gente que huía de la miseria y del hambre que traía la guerra, pero
también escapaba del asedio de la aviación alemana, de los disparos
de los barcos italianos y la marina de guerra franquista, y de la
metralla que caía desde los montes.
Por
tierra, mar y aire, durante cuatro días, fueron asesinados miles de
civiles inocentes. Saber con precisión cuánta gente murió es
imposible, aunque algunas fuentes hablan de entre 5.000 y 7.500
personas. Muchos cadáveres acabaron en fosas comunes o se los llevó
el río Guadalfeo. 75 años después de una de las mayores masacres
de España algunos supervivientes se reunieron ayer, en el malagueño
Peñón del Cuervo, para rememorar su historia.
María
Reyes García tenía 11 años cuando comenzó su infierno en el
camino de Almería. Sus padres, sus tres hermanas, Isabel, Dolores y
Matilde (la pequeña con dos años) y ella salieron corriendo de la
casa que tenían en el barrio de La Coracha, en la capital. “El
general Queipo por la radio nos ponía los pelos de punta:
'Malagueños, cuando os coja os vais a enterar'. Contaban que los
militares iban violando a las niñas y yo ya estaba desarrollada”,
relata María, de 86 años. Sus padres decidieron intentar llegar a
Motril (Granada), donde tenían familiares.
“Caían
muertos a los pies de una, solo muerte, muerte, muerte. No dormíamos,
no comíamos, las mujeres corrían con los niños en brazos y cada
uno tiraba por donde podía. Eso hay que vivirlo”, recuerda María.
Entre el 70% y el 80% de la población de los pueblos de Málaga huyó
de los bombardeos; municipios como Casares se quedaron vacíos. “La
mayor parte de la población no llegó a Almería”, cuenta Lucía
Prieto, profesora en el departamento de Historia Contemporánea de la
Universidad
de Málaga.
“Es el éxodo de más largo recorrido de la población civil, el
mayor paso de refugiados”, afirma. Los huídos trataban de escapar
de los bombardeos que se sucedían desde enero por la costa de oeste
a este. El miedo colectivo a las tropas marroquíes que luchaban con
Franco espoleó a los escapados: “Las mujeres temían ser violadas,
a algunas les cortaban las orejas”, cuenta Prieto.
No
hay constancia exacta de cuánta gente murió porque muchos cadáveres
fueron trasladados a los cementerios de sus localidades de origen
después de que sus familiares los reconocieran. En otros casos, las
víctimas fueron enterradas en tumbas anónimas. “Conforme iba
avanzando la ofensiva nacional tiraban los cadáveres a las fosas que
hacían, luego les vertían cal”, relata Prieto. La presa del río
Guadalfeo, en Salobreña (Granada), fue bombardeada y los cadáveres
caídos al cauce fuero arrastrados al mar. Hasta mediados de los años
50 se fueron encontrando restos de los cuerpos. “Es la mayor
barbarie que se ha perpetrado contra la población civil en España,
quitando el bombardeo
de Gernika;
lo que pasa es que ese todo el mundo lo recuerda por el cuadro que
pintó Pablo Picasso”, puntualiza Rafi Torres, presidenta de la
Asociación para la Memoria Histórica de Málaga.
Al
principio de la ruta, poco después de salir de Málaga, surgieron
las fragatas Baleares
y
Canarias.
Los refugiados pensaron inicialmente que venían a proteger su
retirada, pero pronto descubrieron su error: los buques de guerra
comenzaron a cañonearles sin piedad. Los testimonios de los
supervivientes dan cuenta del horror: Un matrimonio con una niña se
refugió en un túnel del camino, donde ayer se recordó la masacre.
El hombre las dejó solas mientras buscaba algo de comer; cuando
volvió se encontró a las dos muertas por los fogonazos. Una mujer
que se pasó a la milicia, se tiró a una cuneta para protegerse y
allí vio a un niño. Cuando intentó sacarlo se dio cuenta de que
estaba prácticamente descuartizado. Al igual que María Reyes muchos
refugiados llegaron a Almería. Ella llegó a Motril sana y salva con
toda su familia, donde la esperaba el tío de su madre. Al cabo de
los meses pudo regresar a Málaga, pero su casa había sido ocupada
por simpatizantes del bando franquista.
Su
caso no fue único. La historia de María es una más entre las de
aquellas 100.000 personas que pasaron por la carretera de la
barbarie. Para que estos acontecimientos no queden en el olvido, la
Asociación para la Memoria Histórica de Málaga organiza cada año,
desde hace seis, un encuentro en El Peñón del Cuervo. Allí
celebran una comida solidaria, leen testimonios de la matanza y hacen
una ofrenda de flores a los asesinados sin nombre de la carretera
Málaga-Almería. Todo para evitar que uno de los episodios más
crueles y a la vez menos conocidos de la Guerra Civil caiga en el
olvido.
Fuente: elpais