dilluns, 20 de juny del 2011

Sans culottes


Si algo tiene de bueno la Historia es que te permite establecer paralelismos entre la actualidad y los sucesos del pasado. Es bueno volver atrás la mirada y ver qué hicieron los de antes para evitar cometer los mismos errores que ellos.

En la Francia de finales del siglo XVIII la gente no es que viviera mal: es que ya no se podía vivir. El país languidecía en la miseria mientras los mismos gobernantes que lo habían arruinado seguían con su escandaloso tren de vida, entre fiestas, cacerías y carísimos vestidos y muebles que pagaban con cargo a la hacienda pública.

Indudablemente, no podemos decir que aquella situación fuera como la presente, pero tiene sus semejanzas. Los indignados de entonces, curiosamente, no eran la gran masa campesina, desconectada de los movimientos urbanos y sometida a los ritmos de la tierra y el capricho de sus amos. No, los indignados de la Francia prerrevolucionaria eran los pequeños comerciantes, los artesanos, los tenderos, gentes de la ciudad, con pocas propiedades, que vivían de su trabajo diario.

Puesto que el dinero no les llegaba para ir a la moda, los hombres de clase baja prescindían de los culottes, aquellos pantalones ajustados que quedaban por encima de la rodilla. Poco a poco, la forma de vestir de la gente humilde, que delataba su baja condición, se fue convirtiendo en un símbolo de identidad social: los sans culottes.

La Revolución Francesa no hubiera sido posible sin los sans culottes. Fueron ellos los que tomaron y derribaron a sangre y fuego la fortaleza de la Bastilla, los que defendieron a la Asamblea Nacional de los intentos realistas por acabar con ella. También fueron los que, mal armados y peor entrenados, defendieron las fronteras del país ante las invasiones extranjeras. Los sans culottes fueron, en definitiva y literalmente, la carne de cañón gracias a la cual hoy vivimos en la Edad Contemporánea.

Pero como todas las revoluciones, llega un momento en que surge del caos un nuevo orden, y con él la necesidad de acabar con los excesos callejeros. A los sans culottes, ya muy castigados durante el Terror de Robespierre y sus amigos, les llegó su San Martín particular cuando el Directorio dictó su disolución y mandó a la guillotina a no pocos de sus miembros durante el llamado Terror Blanco. Ni para los jacobinos ni para el Directorio se trataba de un grupo social cómodo, debido a su falta de estructura jerárquica y a la imprevisibilidad de sus acciones.
Y ahora, que cada uno saque los paralelismos que les resulten más simpáticos.

Fuente: Hispa

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